Por Jhonny Peralta Espinoza– REBELIÓN
El racismo de los ricos, la violencia criminal del paramilitarismo, las deliberaciones antidemocráticas del militarismo pro yanqui, el exterminio de las mujeres, la corrupción impúdica de la justicia, el naufragio de la política, las pandemias que seguirán matando a más pobres, los jóvenes sin proyecto de vida, la derecha que cree tener el derecho natural de gobernar el país, una pesada carga de traidores y oportunistas… son razones para hacer la revolución, pero las razones no hacen las revoluciones.
La clase obrera boliviana, en su momento, ante la pobreza de los partidos de izquierda, planteó la Tesis de Pulacayo como un programa avanzado, pero que las mayorías no la asumieron, fue una clase que hizo la única insurrección armada triunfante en América del sur antes de la Revolución cubana, que poseía una ideología independiente de los valores, creencias, ideas, de la clase dominante. Esa clase obrera no fue mayoritaria, pero su objetivo era la toma del poder, y a pesar de que sus dirigentes eran asesinados, exiliados, confinados y encarcelados, una y otra vez se reorganizaban para seguir luchando, porque su método de lucha era la acción directa, así “si el gobierno toma presos, la masa de inmediato los reemplaza y la acción prosigue, indestructiblemente” (Zavaleta Mercado). Pero su desgracia fue que no pudo tejer unidad con las mayorías indígenas, o sea que su hegemonía no produjo el poder proletario para avanzar a la revolución socialista.
Después de una aplastante victoria electoral en octubre del 2020, ¿por qué en las elecciones subnacionales y municipales la derecha, dispersa y dividida, recupera terreno para seguir con su política del desgaste y derribo del gobierno, y para organizar la ofensiva reaccionaria que aplaste a sangre y fuego el proceso de cambio? Esta pregunta debe ser respondida por los dirigentes del MAS y del gobierno, y nos digan qué ponen en primer plano, las cuestiones económico-materiales-de clase o las cuestiones culturales-identitarias-de valores. Hemos escuchado hasta el cansancio que el proceso de cambio, como uno de sus logros, ha producido mucha clase media popular, pero la realidad durante el golpe de Estado nos demostró que el dinero “es un mal transmisor de identidad”, y que la sensación de seguridad y tranquilidad que proporciona el dinero los convirtió en seres indiferentes, como un “peso muerto de la historia” (Gramsci).
Entonces de lo que estamos hablando cuando recordamos a la clase obrera, el avance de la derecha en las subnacionales y la ausencia de la identidad política de la clase media popular parida por el proceso de cambio; estamos hablando de problemas complejos y profundos: revolución política, revolución cultural, el poder, el nosotros, el enemigo, los símbolos, la táctica y la estrategia, la ideología. En este artículo vamos a plantear el debate de dos cuestiones: revolución cultural y sujeto histórico.
El neoliberalismo y el capitalismo han echado raíces de forma profunda en los sujetos y en el lenguaje, en las prácticas sociales y en la conciencia, y esto porque el neoliberalismo no solo es una racionalidad económica, sino también una experiencia humana; por ejemplo, acaso no consideramos que el valor más importante es la lógica del beneficio, o que siempre nos pensamos como empresarios que debemos acumular capital simbólico, capital monetario, capital material. Por tanto, el capitalismo también es una relación humana entre todos, entonces si queremos contrarrestar al capitalismo y su arma actual, el neoliberalismo, estamos obligados a construir otro tipo de experiencia humana que se oponga a la que nos contagia el capitalismo.
El capitalismo como constructora de sociedades, no solo produce cosas, sino también es productora de seres humanos, y aquí nos preguntamos ¿el proceso de cambio produjo sus propios seres humanos? Si el neoliberalismo y sus experiencias humanas están en nosotros, son un obstáculo para comprender y profundizar el proceso de cambio, y no como muchos creen que con solo hecho de militar en el MAS ya han resuelto sus convicciones y sus principios, o los que creen que insultando a la derecha en las redes, presumen que se están “jugando la vida” por el proceso de cambio, o los que piensan que participar en una mesa ritual aymara están construyendo el vivir bien.
Con las experiencias y el contenido neoliberales jamás vamos a poder encontrar la forma revolucionaria adecuada, lo que requerimos es que contagiemos nuevas experiencias humanas, nuevas formas de relacionarnos con el mundo, con nuestros compas, con nuestras familias, etc., que se expresará en difundir el deseo de una nueva sociabilidad y una nueva visión de nuestro país que poco a poco desplazará el poder de la visión de país que tiene y la impone la derecha antinacional. Es lo que Gramsci llama “construcción de hegemonía”: no hay poder sin hegemonía.
Entonces, la respuesta está en la Revolución cultural que es un proceso que propone tener otras experiencias para que haya otra forma de ser humano, y que se relacione de otra manera con el mundo. En concreto, el tránsito de la “revolución cultural neoliberal” a la revolución cultural es un trabajo en nosotros/as mismos/as que se ha de realizar de forma colectiva, y que no se puede delegar.
Ahora la pregunta innegable que nos hacemos ¿qué clase, qué movimiento social desarrolla nuevas experiencias humanas, nuevas formas de posicionarse y relacionarse con el mundo, nuevas formas de vincularse a los compas, al trabajo, a la familia, etc.? ¿Quién es el sujeto histórico, quién es el nosotros de una hipotética revolución cultural?, pero cuidado con pensar que ese sujeto es el pueblo, los mineros, los movimientos indígenas, que como sujetos trascendentes, identidades transhistóricas se ponen en marcha y pasan a la acción.
Vimos un poco la historia de la clase obrera de los años 50 al 70, lo que nos enseña esa experiencia es que no basta que haya proletarios para que exista la clase obrera, la clase no se define por las relaciones capitalistas de producción, sino que se hace a partir de ellas, la clase no es un reflejo automático de esas relaciones, la clase es su propia creación de nuevas formas organizativas, nuevos vínculos sociales, nueva cultura política, pero fundamentalmente es la lucha de clases la crea las clases y no al revés. Es la “experiencia” de la lucha política que, como acción transformadora sobre los individuos, no solo tiene una proyección en el futuro, sino que produce un conocimiento, así pensamiento y práctica deben ir de la mano.
En síntesis, es la acción contagiosa de nuevas formas de estar en el mundo, de comprometerse con el proceso de cambio, con los compas, con las mujeres, cómo se construye el sujeto histórico; el pueblo, los proletarios, los indígenas, las mujeres, no es una identidad, algo que está dormido y después pasa a la acción, la acción crea al sujeto histórico y en cada momento es un sujeto distinto.
Planteadas, así las cosas, dónde tener fuentes de inspiración para que el proceso de cambio sea acompañado de una revolución cultural y dirigida por un sujeto histórico. Una visión antagónica a la que contagia e impone el neoliberalismo y el capitalismo, podemos encontrar en las comunidades indígenas y sus prácticas de la reciprocidad, de la relación con la madre tierra, los cargos rotatorios, las relaciones de horizontalidad, que a medida que machaca el neoliberalismo se van debilitando. Otra fuente de inspiración se constituye en la experiencia de las mujeres y hombres anónimos que después del golpe de Estado de noviembre del 2019, se organizaron socialmente desde el interior mismo, como un proceso, de forma horizontal y con otra ética, y que durante diez meses fueron la resistencia política para reconquistar la democracia.
Como vemos el proceso de cambio tiene un problema complejo, está obligado a impulsar, antes que construir un sujeto histórico, la batalla cultural en todos los espacios plurinacionales; porque si queremos escapar de las experiencias neoliberales, solo una nueva y múltiple subjetividad producto de la lucha y la creación, que piense en la gestión de lo común, puede dar lugar a la construcción del sujeto histórico, que poco a poco se convierta en poder de lo común.
Uno de los caminos que podemos fomentar y apoyar para que demos los primeros pasos de la revolución cultural, sería la formación política, no como adoctrinamiento, ni basadas en teorías con pretensión universal; esa formación política debe sustentarse en las experiencias de los diversos movimientos sociales (indígenas con sus particulares visiones del mundo, mujeres, obreros, clases populares, LGBT, desempleados, etc.) y la gente que resistió y reconquistó la democracia, hombres y mujeres que palpitan y luchan por la gestión de lo común, porque solo la lucha es la condición ontológica del proceso de producción de subjetividad. En otras palabras, la formación política está inscrita en los gestos, en las conductas, en las relaciones entre los compas, con las cosas y con el mundo, en un nuevo lenguaje, caso contrario repetiremos los fracasos; porque no debemos olvidar que ahora hay una nueva realidad política en constante transformación: hubo un golpe de Estado, la derecha va transformándose en un neofascismo agresivo con estructuras paramilitares y con una ideología antidemocrática, racista y sexista.
Jhonny Peralta Espinoza exmilitante de las Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka